Es realmente indignante que suceda hoy de nuevo, ya por sexta vez en sólo lo que va del mes de marzo, ahora de dos en dos, a periodistas y personas que valientemente levantan la voz y denuncian la represión: se los asesina en forma impune. Por cierto dos de ellos habían denunciado las amenazas, y habían logrado la declaración judicial de medidas precautorias. Pero estas no valen para nada en un país donde el poder se ejerce por dictum de la clase gobernante oligárquica, militarista y sometida al Departamento de Estado de los Estados Unidos.
Es explicable que suceda en Honduras, pero ¿cuál es el motivo del cerco mediático en Costa Rica? Acaso podremos argumentar que con los medios inmediatos de telecomunicaciones exista posibilidad de que los periódicos o los periodistas no se enteren, o si se enteran, también los paraliza el miedo? Será que aquí ya no hay libre expresión por autocensura, o lo que sería mucho peor, por silencio cómplice de una tiranía internacional de los dueños de los medios de comunicación masiva? ¿Por qué sólo en los medios alternativos se informa sobre esta represión sistemática, y la Sociedad Interamericana de Prensa sólo tiene ojos para las violaciones a los derechos humanos en Cuba y Venezuela?
Comienza la semana santa precedida de ominosos Pilatos que se lavan las manos de la sangre de tantos justos. Sólo quisiera saber si en las homilías de Centroamérica se harán eco de nuestras denuncias, o acaso ¿habrá líderes espirituales que les quede al menos el rubor de cumplir su labor profética? Podrían alegar estar en vacaciones por este motivo, los defensores de los habitantes, los consejos, institutos, comisiones y demás organismos de derechos humanos y esperaremos hasta el mes de abril para pedirles que abran los ojos ante esta realidad ¿pero los veremos reaccionar inmediatamente después, como corresponde?
Este mes se cumplió el 70 aniversario en Costa Rica, cuando recibió el cetro arzobispal un sacerdote ejemplar: Monseñor Víctor Manuel Sanabria. Lo recordamos con cariño y con respeto, por haber interpretado acertadamente la circunstancia histórica que le correspondió vivir, y participar en el proceso de modernización de la sociedad costarricense. Sin él, las garantías sociales en nuestra constitución, el código de trabajo y las reformas administrativas introducidas por el Presidente Rafael Angel Calderón Guardia, con el apoyo de Manuel Mora y el partido comunista de Costa Rica (que nunca aprobó la revolución por la vía armada) no habrían sido posibles.
Sanabria también es responsable de auspiciar la influencia cristiana en la social democracia de José Figueres, a través de su pupilo y líder sindical en la central sindical “Rerum Novarum”, otro sacerdote católico de peculiar orientación y trascendental liderazgo: el Presbítero Benjamín Núñez, artífice entre otras cosas del “Pacto de Ochomogo” y las negociaciones de paz en 1948, que lo hacen merecedor de un reconocimiento que no se ha otorgado aún.
Sin perdernos en detalles de la historia, aceptemos que en Costa Rica es una excepción al cuadro usual de los ejércitos y aparatos represivos que defienden el poder de las oligarquías anquilosadas que se dan en la Centroamérica del Norte, donde el discurso conservador predomina en la influencia perniciosa de las jerarquías católicas que abominan la teología de la liberación.
Nuestra transición tampoco estuvo exenta de violencia, pero terminó por disolver tres ejércitos: el oficial de unos dos mil efectivos, el de unos 6000 milicianos sindicalizados bajo el mando comunista que apoyaba al gobierno, y el de los sublevados figueristas que se inició con 300 y triunfó con 3000. Esto tampoco habría sido posible sin el efecto del liderazgo y la conciencia social de todos los que participaron en el conflicto, y la sociedad civil que lo sufrió. Sin embargo, durante los aciagos años de guerra civil de las guerrillas centroamericanas, hay que reconocer también, la opción preferencial por los pobres de muchos pastores cristianos, que labraron su martirio al asumir las consecuencias de su acción profética de hablarle con la verdad a los poderosos. Donde no hubo posibilidad de una modernización como la que tuvo mi país, se llegó a la guerra revolucionaria inspirada en la lucha de clases treinta años después.
Ahora, a los 30 años del asesinato a sangre fría del Arzobispo Oscar Arnulfo, San Romero de América, por una camarilla internacional de sicarios, siguen sus seguidores aterrorizando la población. Este magnicidio se le atribuyó entonces en El Salvador a un militar D´Abuisson. Sabemos hoy que el operativo tuvo el visto bueno de los Embajadores estadounidenses Otto Reich (recién aprobado para asesorar al Congreso de Estados Unidos junto con Alejandro Valenzuela, sobre presente y futuro de América Latina) y John Dimitri Negroponte que después de la guerra sucia en centroamérica, lo premiaron con ser embajador en Irak. ¿Será posible que el gobierno del imperio hegemónico mundial no haya aprendido de sus errores y los repita después de tanto tiempo?
Está claro y confirmado que en el golpe de estado contra Zelaya estuvo presente el Embajador Hugo Llorens y el mismo Negroponte, y que en el proceso de represión que se ha recrudecido después de las elecciones de Porfirio Lobo sigue la misma filosofía de eliminación física, violaciones y torturas, por personal militar, para militar, policial o de simples sicarios. ¿Cuántas muertes más serán necesarias, y cuándo van a levantar la voz nuestros gobernantes? Seguirán bajando los ojos, lavándose las manos, pero ¿seguirán cumpliendo las órdenes de la señora Hillary Rothman Clinton o del señor Barak Hussein Obama?
¿Seguirán con nuestro silencio cómplice, las sabandijas como Billy Joya, Romeo Vázquez Velázquez, con apoyo de asesinos a sueldo, imponiendo a sangre y fuego un sistema corrupto, explotador, al servicio de la concentración de capitales en sumas astronómicas, que ya no se sacian con el sudor, la sangre y el sufrimiento de los pobres, sino que ahora cuentan con las arcas públicas del Tesoro de los Estados Unidos?
No dejemos que este sea el sistema del futuro. Paremos en seco la complicidad.
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