La secretaria de Estado afirma que la Guardia Revolucionaria es el verdadero poder en Teherán - EE UU pide ayuda a Riad para que China no vete las sanciones
La secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, llegó ayer a Arabia Saudí, donde espera conseguir la ayuda del rey Abdalá para vencer las reticencias de China a una nueva ronda de sanciones contra Irán. Antes de viajar a Riad, Clinton acusó a la Guardia Revolucionaria iraní de estar convirtiendo su país en una dictadura militar. No obstante, negó que Washington planee atacar Irán y aseguró que desea dialogar, pero no puede cruzarse de brazos mientras sus dirigentes se hacen con la bomba atómica.
"Vemos que el Gobierno de Irán -el líder supremo, el presidente, el Parlamento- está siendo suplantado [por la Guardia Revolucionaria] y que Irán está dirigiéndose hacia una dictadura militar", declaró Clinton durante una charla con estudiantes de una universidad de Qatar transmitida por la cadena Al Jazeera.
Ha sido el más claro reconocimiento público por parte de Estados Unidos de la creciente influencia de la Guardia Revolucionaria. Sus integrantes, también conocidos como pasdaran, constituyen una fuerza de élite independiente del Ejército regular y que en la última década han aumentado su peso político a través del control no sólo del aparato industrial militar, sino de todos los sectores económicos estratégicos.
Esta nueva acusación parece reforzar la estrategia de la Casa Blanca de singularizar a la Guardia Revolucionaria como la principal amenaza. El pasado jueves, el Departamento del Tesoro anunció que iba a congelar los activos bajo su jurisdicción de una constructora propiedad de ese cuerpo y los del general que la dirige. De acuerdo con el comunicado, los beneficios de Khatam al Anbiya van a parar a los programas nuclear y de misiles.
"Al singularizar a los pasdaran, el Gobierno estadounidense está tratando de abrir una brecha entre los iraníes de a pie y lo que cada vez más se percibe como una clase dirigente privilegiada y corrupta", según un observador occidental en Teherán.
Las nuevas sanciones para las que Clinton trata de recabar el apoyo de sus aliados árabes también se centran en la Guardia Revolucionaria. El objetivo es incrementar tanto el coste para quienes hacen negocios con ellos que tengan que decidir cortarlos, una presión que se espera les lleve a parar su proyecto atómico. Pero eso requiere que no haya fisuras.
La secretaria de Estado pidió al rey Abdalá, que la recibió en su campamento de retiro en el desierto saudí, que use sus buenos oficios para convencer a Pekín. A China, que tiene poder de veto en el Consejo de Seguridad y junto con Rusia ha contribuido a diluir el efecto de anteriores sanciones, le preocupa una eventual interrupción del suministro energético. Irán le vende entre 300.000 y 400.000 barriles de petróleo diarios y recientemente han firmado un contrato de abastecimiento de gas por 100.000 millones de dólares (unos 73.000 millones de euros). Sólo Riad podría cubrir ese vacío y por tanto su garantía podría limar las reticencias chinas.
El príncipe Saud al Faisal, ministro de Exteriores saudí, aseguró anoche que China "asume sus responsabilidades con seriedad" y que "no necesitan de las sugerencias de Arabia Saudí sobre lo que deben hacer". En una conferencia de prensa conjunta con Clinton, en Riad, el ministro saudí dijo que la amenaza que plantean las ambiciones nucleares de Irán exige una solución más urgente que las sanciones, que calificó de "solución a largo plazo".
Clinton fue muy clara. Los vecinos de Irán, dijo todavía en Doha, tienen tres opciones: "Pueden rendirse a la amenaza; o buscar sus propias capacidades, incluida la nuclear; o aliarse con un país como Estados Unidos que desea ayudarles a defenderse". "Considero que la tercera es la opción preferible", señaló.
Sus palabras llaman especialmente la atención por el entorno en el que las pronunció. Qatar, como el resto de los emiratos ribereños del golfo Pérsico, mantiene buenas relaciones con Irán, a pesar de sus ocasionales roces por la explotación del mayor campo gasístico del mundo, el South Pars, que comparten. Aunque les preocupa que Irán consiga hacerse con la bomba atómica, también temen la desestabilización regional que supondría una eventual acción militar contra ese país. Un ejemplo de ese difícil equilibrio es la información divulgada anoche por la iraní PressTV asegurando que un destructor y otro barco de guerra iraníes habían atracado en el puerto de Doha a invitación de la Marina de Qatar.
La jefa de la diplomacia estadounidense trató de alejar ese fantasma. A la reiterada pregunta de si Washington planeaba atacar Irán, contestó: "No, lo que intentamos es unir a la comunidad internacional en presionar a Irán mediante sanciones adoptadas en Naciones Unidas que se dirijan específicamente a aquellas empresas controladas por la Guardia Revolucionaria, que creemos que está suplantando, de hecho, al Gobierno de Irán". También aseguró que EE UU protegería a sus aliados de una agresión iraní.
Sin embargo, todo eso puede no ser suficiente para Arabia Saudí. El reino es sin duda el país más preocupado por el ascenso regional de Irán, un rival no sólo geopolítico sino también ideológico-religioso (ambos son las cabezas visibles de las dos ramas del islam, la suní y la chií).
Sin embargo, también es conocida la frustración del monarca saudí por el estancamiento del proceso de paz palestino-israelí. Así se lo dejó claro al presidente Barack Obama el pasado mayo, cuando se negó a hacer gesto alguno hacia Israel o a recibir presos de Guantánamo. Consciente de ello, Clinton ha insistido durante su viaje en la necesidad de "alcanzar una paz global en Oriente Próximo" y reiterado el apoyo de Washington a la solución de los dos Estados.
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