Carta del Jefe Sattle al presidente de los Estados Unidos de Norteamérica

viernes, 28 de enero de 2011 |

---------- Mensaje reenviado ----------
De: Jose Sales <jalgas_cool@yahoo.es>
Fecha: 29 de enero de 2011 01:54
Asunto: Carta del Jefe Sattle al presidente de los Estados Unidos de Norteamérica


Camarada, como estamos en esto de la lucha por la tierra le adjunto la carta del
Jefe Seattle para publicarla en el blog de COREPSUV:


Carta del Jefe Seattle al presidente de los Estados Unidos
[Carta: Texto completo]

El presidente de los  Estados Unidos, Franklin Pierce, envía en 1854 una oferta al jefe Seattle, de la tribu Suwamish, para comprarle los territorios del noroeste de los Estados Unidos que hoy forman el Estado de                Wáshington. A cambio, promete crear una "reservación" para el pueblo indígena. El jefe Seattle responde en 1855.

El Gran Jefe Blanco de Wáshington ha ordenado hacernos  saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado  también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta  gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a  considerar su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá  venir con sus armas de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de  Wáshington podrá confiar en la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que  espera el retorno de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis  palabras. ¿Cómo se puede comprar o vender el  cielo o el calor de la tierra?  Esa es para nosotros una idea extraña.

Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el  fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?

Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo.  Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra  de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en  la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles  lleva consigo la historia del piel roja.

Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de  origen cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se  olvidan de esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos  parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son  nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos.  Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el calor del cuerpo del  potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.

Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco en Wáshington  manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran  Jefe Blanco dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir satisfechos. Él  será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a  considerar su oferta
de comprar nuestra tierra. Pero eso no será fácil. Esta  tierra es sagrada para nosotros. Esta agua brillante que se escurre por los  riachuelos y corre por los ríos no es apenas agua, sino la sangre de nuestros  antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es  sagrada, y deberán enseñar a
sus niños que ella es sagrada y que cada reflejo  sobre las aguas limpias de los lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de la  vida de mi pueblo. El murmullo de los ríos es la voz de mis antepasados.

Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los  ríos cargan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos  nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son  nuestros hermanos, y los suyos también. Por lo tanto, ustedes deberán dar a los  ríos la bondad que le dedicarían a cualquier hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras  costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo significado que  cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la tierra  aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando ya la  conquistó, prosigue su  camino. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se  preocupa. Roba de la tierra aquello que sería de sus hijos y no le importa.

La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos  son olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas  que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos coloridos.  Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un desierto.

Yo no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de  las suyas. Tal vez sea porque soy un  salvaje y no comprendo.

No hay un lugar quieto en las ciudades del hombre  blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el florecer de las hojas en la primavera  o el batir las alas de un insecto. Mas tal vez sea porque soy un hombre salvaje  y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los oídos.

¿Qué resta de la vida si un hombre no puede oír el  llorar solitario de un ave o el croar nocturno de las ranas alrededor de un  lago?. Yo soy un hombre piel roja y no comprendo. El indio prefiere el suave  murmullo del viento encrespando la superficie del lago, y el propio viento,  limpio por una lluvia diurna o
perfumado por los pinos.

El aire es de mucho valor para el hombre piel roja,  pues todas las cosas comparten el mismo aire -el animal, el árbol, el hombre-  todos comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco no siente el aire  que respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal olor. Pero si  vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe recordar que el aire es  valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que  mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, también  recibió su último suspiro. Si les
vendemos nuestra tierra, ustedes deben  mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre blanco  pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.

Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de  comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre  blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.

Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma  de actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por  el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje  y no comprendo cómo es que el caballo humeante de hierro puede ser más  importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir.

¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los  animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo  que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en  todo.

Ustedes deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus  pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos  que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus niños lo  que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le  ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen  en el suelo, están escupiendo en sí mismos.

Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al  hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas  la cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en  todo.

Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de  la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus  hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.

Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla como  él, de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común. Es posible que  seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una cosa estamos seguros que el  hombre blanco llegará a descubrir algún día: nuestro Dios es el mismo Dios.

Ustedes podrán pensar que lo poseen, como desean poseer  nuestra tierra; pero no es posible, Él es el Dios del hombre, y su compasión es  igual para el hombre piel roja como para el hombre piel blanca.

La tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a  su creador. Los blancos también pasarán; tal vez más rápido que todas las otras  tribus. Contaminen sus camas y una noche serán sofocados por sus propios  desechos.

Cuando nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán  intensamente iluminados por la fuerza del Dios que los trajo a estas tierras y  por alguna razón especial les dio el dominio sobre la tierra y sobre el hombre  piel roja.

Este destino es un misterio para nosotros, pues no  comprendemos el que los búfalos sean exterminados, los caballos bravíos sean  todos domados, los rincones secretos del bosque denso sean impregnados del olor  de muchos hombres y la visión de las montañas obstruida por hilos de hablar.

¿Qué ha sucedido con el bosque espeso? Desapareció.
¿Qué ha sucedido con el águila? Desapareció.
La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.

FIN

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