DE ESE CIADI TENEMOS QUE SALIRNOS NOSOTROS
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"De ese CIADI tenemos que salirnos nosotros", proclama Hugo Chávez
Frías en su "Aló Presidente del" 8 de enero de 2012. Para entender por
qué, recapitulemos. Los Estados son soberanos: tienen la potestad
absoluta y perpetua de hacer sus leyes, aplicarlas y decidir con sus
propios tribunales las controversias sobre la aplicación de ellas. Por
tanto, un Estado no puede ser enjuiciado por otro Estado u organismo.
A esta potestad, sin la cual ningún país sería independiente, se la
llama inmunidad de jurisdicción, y al igual que los demás atributos
soberanos, es inalienable. Cederla es perder la soberanía.
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"¡Ahora nos amenazan con el CIADI!", denuncia el Presidente. El plan
constante de imperios y transnacionales es despojar a los Estados de
la soberanía. El camino más difícil para ello es invadirlos y
destruirlos, como a Irak o Libia. El fácil, es convencerlos de que
renuncien a su inmunidad de jurisdicción. Un Estado que debe someter
sus decisiones a tribunales o árbitros foráneos ya no es soberano. Su
posibilidad de crear leyes válidas, expropiar activos, sancionar a
ciudadanos y gobernar de manera independiente desaparece si entes
foráneos se atribuyen la potestad de anular esos actos. La soberanía
es irrenunciable e intransferible.
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"¡Entonces nos amenazan con embargarnos allá, la CITGO!", se queja el
Presidente. Con el CIADI no hay manera de ganar. Las transnacionales
pueden demandar a los gobiernos ante él, los gobiernos a las
transnacionales no. El CIADI en sus veredictos no respeta leyes ni
jurisprudencia nacionales. El CIADI emite laudos inapelables, no
sometibles a revisión. El CIADI decide a capricho, pues no tiene
sistema unificador de jurisprudencia. El CIADI privilegia
sistemáticamente a las transnacionales: para 2010, había decidido 232
veces a su favor y 2 a favor de los Estados. El CIADI impone sus
fallos mediante la Corte internacional de Justicia o represalias del
Banco Mundial. El CIADI pretende dictar medidas cautelares, es decir,
ordenar secuestros y embargos de bienes antes de decidir.
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"¡Nosotros no reconoceremos decisiones de CIADI alguno!", añade el
Presidente, indignado ¿Es posible desconocer veredictos de ese
tribunal del Banco Mundial? El único límite de los laudos del CIADI,
según el Convenio de la Comisión de las Naciones Unidas para el
Derecho Mercantil Internacional (CCNUDMI), son "las normas de orden
público" del país donde se pretende ejecutarlos. Luego, no se deben
someter al Ciadi controversias sobre los "contratos de interés
público", ya que todas nuestras constituciones, desde la de 1993 hasta
la de 1999 contienen una norma que lo prohíbe. La hoy vigente ordena:
"Artículo 151. En los contratos de interés público, si no fuere
improcedente de acuerdo con la naturaleza de los mismos, se
considerará incorporada, aun cuando no estuviere expresa, una cláusula
según la cual las dudas y controversias que puedan suscitarse sobre
dichos contratos y que no llegaren a ser resueltas amigablemente por
las partes contratantes, serán decididas por los tribunales
competentes de la República, de conformidad con sus leyes, sin que por
ningún motivo ni causa puedan dar origen a reclamaciones extranjeras".
En acatamiento de esta norma, y del citado CCNUDMI, ningún contrato de
interés público puede ser sometido al CIADI ni a ningún otro órgano
jurisdiccional extranjero: sólo los tribunales nacionales pueden
decidir sobre el propio interés público. Un funcionario que incluya en
un contrato de interés público una cláusula de sometimiento a
tribunales extranjeros debe ser inmediatamente depuesto de su cargo
por atentado contra la Constitución, y responder con su patrimonio de
todos los daños y costas que pudiera arrojar para Venezuela un proceso
ante ellos.
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"¿Qué parámetros morales tiene esa empresa?", se pregunta el
Presidente. Las empresas no tienen moral: sólo intereses. Como éstos
pueden ser perjudicados por la sentencia de un juez imparcial, los
capitalistas inician una ofensiva mundial para privatizar los
tribunales. En el extraordinario documental Hot Coffee, de Susan
Saladoff (2011), se muestra cómo las multinacionales, al vender
bienes, expedir seguros o prestar servicios, obligan a sus clientes a
suscribir contratos de adhesión donde renuncian a demandarlas
judicialmente por incumplimiento, y consienten en someterse a
árbitros. Como bien señala Saladoff, un árbitro que decida contra los
empresarios no vuelve a ser empleado por ellos. Así, el sistema
judicial público es a la larga reemplazado por el sistema arbitral
influido por el gran capital. La misma medicina se la aplican a los
Estados al convencerlos de someterse a esa junta de árbitros del Banco
Mundial llamada CIADI. Así la jurisdicción soberana de los países, que
representa a pueblos enteros, termina sustituida por el arbitraje
privatizado y parcial de los banqueros.
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"El Banco Mundial ! ¿ Qué es eso?" se pregunta el Presidente. El
CIADI es una trampa del Banco Mundial. Para caer en ella basta con no
creer que Venezuela es soberana. Salir es más complicado: hay que
tener patriotismo. La intención de retirarse debe ser anunciada con
seis meses de anticipación. El CIADI pretende ser hermético, vale
decir, los litigios iniciados ante él deben concluir en él. Pero mal
puede concluir un litigio que no debió ser comenzado, porque la
Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y el convenio
de la CNUMID prohíben terminantemente someterle controversias sobre
contratos de interés público. El interés público no es negociable.
Puedo transarme sobre el precio de un choque, pero sobre la soberanía
no.
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"¡Pero nosotros no nos vamos a doblegar ante el Imperialismo y sus
tentáculos!", proclama el Presidente. Para salir del CIADI no hay otro
camino que creer en la soberanía nacional. Hay que crear normas que
sancionen a los funcionarios que inconstitucionalmente pacten sustraer
las controversias sobre contratos de interés público de los tribunales
venezolanos. Hay que derogar leyes de Promoción y Protección de
Inversiones y Tratados de Comercio que incluyan artículos
inconstitucionales. Hay que revisar la nefasta sentencia del 17 de
diciembre de 2008 donde el Tribunal Supremo de Justicia pretende que
para nuestro país "resulta imposible sostener una teoría de la
inmunidad absoluta" pues "se acogió al sistema de inmunidad relativa".
O somos soberanos, o erramos.
CONSULTE TAMBIÉN:
http://luisbrittogarcia.blogspot.com
Versión en francés, gracias a la inteligente ayuda del amigo Romain
Vallée:http://luisbrittogarcia-fr.blogspot.com
http://laplantainsolente.blogspot.com.
Libros de Luis Britto en Internet:
Rajatabla: www.monteavila.gob.ve
Dictadura mediática en Venezuela: www.minci.gob.ve
http://www.facebook.com/Luis.Britto.Garcia
COLLAR
La primera perla es perfecta como una luna. Mirándola muy
detenidamente, en su fulgor se ven hileras de hombres desnudos que
corren por una playa árida, como la luna.
La segunda perla es transparente, como una burbuja. Los hombres
desnudos, obligados a hundirse en el mar, dejan escapar el resuello en
el terror de la muerte, y la última burbuja del aliento es como perla.
La tercera perla parece el ojo del pez inmenso que mira a los
hombres desnudos debatirse en las aguas; y embistiendo al más lento de
todos, ataca.
A partir de la cuarta, las perlas tienen un tono rosado. Los
hombres de piel lunar de las piraguas obligan a sumergirse a los
hombres desnudos en el agua rosada, hasta que ésta se hace color
vino.
La quinta perla es un sol que chisporrotea al caer en un mar
sangriento. Del mar ensangrentado por los grandes peces trepan a las
piraguas hombres desnudos cuyas narices o cuyos muñones sangran. Estos
últimos son devueltos al mar.
La sexta perla es blanca, como la salina por la cual los hombres
desnudos son obligados a correr mientras en la reciente noche
centellea el chorro de sal del Camino de Santiago.
La séptima perla resplandece como una nebulosa. Contra el fulgor
nocturno de la salina los contramaestres cuentan el collar de hombres
desnudos amarrados por el cuello, que disminuye con cada nueva perla
que se añade al montoncito en el yelmo grisáceo como la caparazón de
un cangrejo.
Dura como el ojo de un crustáceo, la octava perla mira caer las
exhalaciones, intranquila. A la furtiva luz de éstas, el contramaestre
perfora de un ballestazo la cota de malla del alabardero que intenta
meter la mano en el yelmo.
La novena perla es como la espuma donde sumergen al alabardero
con las vísceras hendidas. Las olas destiñen naipes de pergamino,
cuyas figuras saldrán al azar sobre las arenas.
La décima perla, defectuosa, tiene aún una arenilla, y sin
embargo pagan con ella al piloto que capturó los indios esclavos y
procuró las sogas y las piraguas.
La perla once la extrajo el piloto expertamente del ano del
contramaestre degollado, sabio en raterías, mas no en esgrimas de
estoque.
La doce estaba en la boca del grumete decapitado.
La trece, en el estómago del remero desventrado.
La catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho y diecinueve
se parecían a los dientes de los hombres que las pescaron, también
degollados para que no dieran testimonio de la rapiña, aunque no
hablaban lenguas de cristianos.
La veinte, inmensa, compró la complicidad del escribano. La
veintiuno, roñosa, el silencio del cartógrafo. La veintidós fue para
pagar el flete de la nave que volvía cargada con cestas de perlas
sangrientas. La veintitrés, para ablandar al funcionario de la Real
Hacienda que debía reclamar el quinto del Rey. La veinticuatro, para
pagar a Monseñor el impuesto de doctrina a fin de difundir la fe de
Nuestro Salvador entre los esclavos.
La veinticinco, la más hermosa, fue para corromper a los jueces
que juzgarían al Almirante por no declarar el quinto de las perlas que
había de pagarse a la corona.
La veintiséis, inexplicablemente perdida.
La veintisiete, perforada, decidió el ánimo de la doncella de
piel perlina, que por sus mañas pudo ir añadiendo todas las otras al
collar.
La veintiocho delató la traición, que llevó al capitán a apretar
con él el cuello nacarado de la muchacha.
Su cuerpo estrangulado resplandece, como una perla.
En ella se ve repetirse eternamente el círculo del collar,
perfecto como el de la luna.
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