Yo vengo de un pueblecito callado y laborioso asentado a la vera de un río de aguas turbias, escondido en el extremo Sur de la llanura larense, allá en tierras de Venezuela.
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No tengo acto de qué arrepetirme; seguí los mandamientos de mi conciencia y si alguna vez me equivoqué hay que culpar la imperfección humana, pero nunca la intención. Muero sereno y conforme con mi conciencia. Decía Juliano, en su tienda de campaña, en los últimos momentos de su vida de emperador, mientras Amiano Marcelino, historiador cristiano al lado del Apóstata grababa para eternizarlas las bellas frases de aquella oración postrera: "¡Oh, Helios! ¡Oh Sol! ¡Cuán bello eres!, exclamaba el moribundo en un rapto de final entusiasmo; un día seré como tú, porque en el destino pleno de todas las criaturas está el día en que han de confundirse con la Divinidad, y todos seremos dioses", dijo, y murió mandando hacia el Sol su última mirada.
Yo, en esta hora que parece acercarme al término fatal, hago mía aquella frase de ese hombre inquieto, de alma bellamente atormentada: "Muero sereno y conforme con mi conciencia"....
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