El Jefe de Estado venezolano, Hugo Chávez, junto al presidente iraní Mahmud Ahmadineyad. Foto: Prensa Miraflores |
Más allá de trascendentales acuerdos económicos, de intercambio tecnológico y articuladores de un nuevo mapa energético mundial, que incluye la transferencia de tecnología nuclear para uso pacífico por parte de Rusia, resalta el hecho de que busca tomar un frente antimperialista mundial.
Al completar la visita a Irán y, con ella, la mitad del camino a recorrer en la gira comenzada en Rusia y a culminar en Portugal, el presidente Hugo Chávez puede hacer un balance provisional altamente satisfactorio.
Para comenzar, logró ubicar a la oposición interna en su exacto lugar: ladrando a la luna. En su empeño por ocultar y tergiversar los logros económicos y políticos de Chávez en esta gira es improbable que la MUD (Mesa de la Unidad Democrática) tenga capacidad de persuasión más allá de su propia base en el sentido más restringido. Incluso existe la posibilidad de que una franja importante de votantes de la MUD en las elecciones del 26S, tome distancia de ella al ver la escasez de ese bloque sin principios, contrastada con lo que deberá ser una aceleración positiva de los cambios estructurales en Venezuela. La reiteración de acusaciones tales como que Chávez regala el dinero venezolano a gobiernos extranjeros es demasiado burda. Y sólo podría calar en la población si el drástico y sostenido proceso de transferencia de ingresos en favor de las mayorías se viera interrumpido.
Ocurrirá lo contrario: los pasos en materia de intercambio económico-técnico se verán a corto plazo con impacto sobre el conjunto de la población; y a la par de la reactivación económica ya en curso, redundarán en soluciones de problemas de diferente naturaleza: desde la lentitud en la producción de viviendas, hasta las penosas dificultades de transporte. Y si se cumplen siquiera la mitad de los acuerdos enhebrados por la cartera de Ciencia y Tecnología, apuntados todos, en última instancia, a aumentar la productividad media de la economía, se habrá iniciado una nueva fase en los esfuerzos por sacar a Venezuela del atraso en el que la sumió la dependencia y la corrupción de las clases dominantes durante la IV República. Sería engorroso hacer el listado de acuerdos económicos firmados en Moscú, Minsk, Kiev y Teherán (el informe completo aparecerá en la edición de noviembre de América XXI). Baste decir que la diversificación de exportaciones e importaciones de Venezuela le otorga una independencia jamás antes gozada en ese país. En cuanto a los efectos, no habrá que esperar para verlos en acción.
Eso no es todo. Las compras de material militar consolidan el esquema defensivo y disuasivo de la Fuerza Armada Bolivariana. Y el espacio geopolítico ampliado y reafirmado solidifica la sustentación del proyecto estratégico pluripolar, dando lugar a un suerte del glacís, apropiado para la transición hacia el socialismo del siglo XXI.
Este último aspecto no podrán contradecirlo los enemigos de Chávez: en Rusia quedó a la vista el afianzamiento de las relaciones con Vladimir Putin y Dmitri Medvédev; en Bielorrusia no sólo los acuerdos económicos, sino también los gestos inequívocos del gobierno presidido por Alexander Lukashenko, aseguran un fortalecimiento notable de las relaciones políticas entre ambos gobiernos. El inicio formal de relaciones con el gobierno de Ucrania, prueba la dinámica de ampliación de la diplomacia venezolana. Con eso bastaría para afirmar que los cuatro países visitados constituyen una plataforma sólida para situar a Venezuela como socio y contraparte política latinoamericana en esa región clave en el proceso de recomposición geoestratégica planetaria.
Pero aún falta la concreción de la gira en Siria, Libia, Portugal y, una novedad de última hora aun no confirmada, Turquía.
La energía como eje
Un punto de particular relevancia es el anuncio formal de que Rusia colaborará con Venezuela en la adquisición y manejo de la tecnología necesaria para el manejo de la energía atómica con fines pacíficos. Tal vez es necesario detenerse un momento a reflexionar sobre el hecho de que Rusia, la gran potencia euroasiática con proyección mundial, acuerde sostener un objetivo del gobierno bolivariano de tanta sensibilidad política en la actual coyuntura mundial. Una primera medida del impacto puede tenerse al observar la reacción del Departamento de Estado, que hizo declarar al propio Barack Obama al respecto: “Venezuela tiene derecho” admitió el mandatario estadounidense, para inmediatamente señalar que también deberes: “Tenemos una política que se aplica a todos los países” subrayó Obama, quien utilizó un verbo provocativo para indicar que Venezuela “debe obedecer” esas políticas que “tenemos”. El Departamento de Estado preparó cuidadosamente esta demostración de vana altanería imperial, como lo hizo con otra frase del mismo estilo pronunciada por Obama en la misma conferencia de prensa: Raúl Castro “debe comportarse seriamente” antes de que la Casa Blanca considere cambiar su política hacia la isla. Con demócratas así… ¿a quién le hacen falta republicanos?
Es de máxima importancia que el presidente estadounidense haya admitido que Venezuela (de hecho, cualquier país) tiene derecho a investigar y poner en práctica la utilización de la energía atómica. La otra cara de la moneda debería dar lugar a una discusión mundial: quién, cómo y dónde decide qué política tiene la humanidad respecto del manejo de este instrumento tan vital como amenazante. En todo caso, es obvio que esa capacidad no puede quedar en manos de quien tiene el mayor arsenal atómico del planeta y pretende dominar al mundo mediante el terror al holocausto nuclear.
Es igualmente significativo el hecho de que Obama no haya podido iniciar el tratamiento de este tema mediante una condena sin rodeos y las consecuentes sanciones, esta vez enfiladas contra Venezuela. He allí una prueba del lugar que ocupa la Revolución Bolivariana en el concierto mundial: el imperialismo debe recorrer un sinuoso camino para llegar a su objetivo; la red de protección político-diplomática de Venezuela le impide a Washington enfilar derechamente contra el gobierno de Chávez sin pagar un carísimo precio, medido en deterioro de su propia red diplomática y riesgo de ingresar a un camino que sólo le traería mayor descrédito y aislamiento a la Casa Blanca.
Avanzará en ese sentido, pese a todo. En el horizonte cercano se vislumbra una ofensiva imperialista contra Venezuela, con el argumento falaz y ridículo de que su gobierno pretenderá crear una bomba atómica.
A este objetivo podrá esgrimir los resultados de la visita de Chávez a su par iraní Mahmud Ahmadineyad. Los 11 acuerdos firmados en la tarde del miércoles 20, con toda su formidable potencia en materia económica y tecnológica, empalidecen frente al discurso con que ambos mandatarios clausuraron el encuentro. Chávez moduló su línea estratégica conocida y tras describir el inexorable declive del imperialismo, se solidarizó enérgicamente con Irán frente a las amenazas del gobierno estadounidense. Ahmadineyad, no menos elocuente y enfático, denunció los intentos desestabilizadores de Washington en Ecuador y Venezuela, explicitó la necesidad de lo que denominó “un frente amplio desde América Latina hasta Medio Oriente”, para enfrentar la amenaza estadounidense contra las revoluciones en América Latina y contra su propio país, ratificando una vez más la inconmovible decisión de su gobierno de no ceder ante la amenaza estadounidense.
Como novedad en el tablero mundial, reaparece con forma y contenido diferentes a los que se pudo ver en otros momentos de la historia, un proyecto de frente unido antimperialista a escala mundial.
Estos son los datos del somero balance que puede hacerse en el trayecto entre Teherán y Damasco, más largo de lo necesario puesto que el avión debe desviarse a fin de no sobrevolar territorio iraquí.
(*)El autor es director de la revista América XXI
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