"Todo el tiempo me golpeaba la cabeza, me jalaba el pelo, me daba manotazos y patadas. Y me hacía vestir de manga larga para ocultar los golpes; incluso el día de mi boda llevaba un moretón en el brazo", nos cuenta Heidi Velásquez en Guatemala. "Así se le pasan a uno los días, las semanas, los meses, los años hasta comprender el círculo de la violencia que empieza con insultos, luego los golpes, después la luna de miel, más tarde el silencio y se reactiva", relató al describir los 12 años de convivencia con su esposo-verdugo.
Pese a todo, Velásquez, de 32 años y madre de dos niños, tuvo suerte: encontró fuerzas para buscar ayuda y poner fin a su matrimonio y dejar atrás una historia familiar donde la violencia era la cotidianidad.
En Guatemala, de 14 millones de habitantes, poco más de la mitad mujeres, la violencia machista tiene un saldo escalofriante. El año pasado 46.000 denuncias por estos abusos llegaron al Organismo Judicial, máximo órgano del Poder Judicial en el país. Pero miles de estas víctimas no han logrado sobrevivir a la barbarie. En el decenio 2000-2010 más de 5.200 mujeres fueron asesinadas como parte de la violencia de género, la mayoría acribilladas a balazos, según la policía. La cifra rebasa a las víctimas de Ciudad Juárez, la urbe mexicana fronteriza con Estados Unidos y conocida mundialmente por la cadena de feminicidios, los asesinatos por causas sexistas que comenzaron en 1993, y que en 2010 treparon a 306, según las cifras oficiales. Velásquez ha sobrevivido a la tragedia pero no ha sido fácil. Debe encargarse sola de sus pequeños, de cinco y nueve años; acudir a terapia psicológica y afrontar una disputa legal con su ex pareja, acusada de misoginia, maltrato infantil y otros delitos. "No me arrepiento de haber tomado esta decisión. Nuestra situación económica es distinta pero no dejamos de comer y tenemos amor de hogar. Ahora respiramos otro ambiente sin sentirnos temerosos o denigrados", expresó.
Estas luchas pueden conllevar grandes riesgos, como le ocurrió a Mindy Rodas, cuyo rostro fue salvajemente desfigurado a cuchilladas por su esposo, Eswin López, en julio de 2009. Milagrosamente la joven de 23 años y madre de un niño de cinco sobrevivió al ataque y comenzó de inmediato una batalla legal en busca de justicia. Así, mientras se recuperaba en el hospital, logró que la policía detuviera a su agresor. Pero la esperanza de justicia le duró poco. Solo días después López fue liberado por el juez. Un escrito falsificado con el desistimiento del caso le bastó para recuperar su libertad. Rodas no se rindió y buscó apoyo con organizaciones no gubernamentales y autoridades para esclarecer su caso, mientras a través de los medios de comunicación nacionales e internacionales llamaba a la lucha contra la violencia hacia la mujer. Para ello desnudaba su martirizado rostro de la mascarilla con que solía cubrirlo. Incluso en febrero de 2010 viajó a México para iniciar un tratamiento de reconstrucción facial, aunque después cayó en depresión y regresó a Guatemala. El 18 de diciembre, Rodas apareció ahorcada y torturada en una zona de la capital, junto al cuerpo de otra joven. Las dos integraron la cifra de los 680 feminicidios ocurridos en el país ese año. El juicio del caso comenzará el 16 de junio pero Mindy, como ya es conocida por todos en Guatemala, no podrá dar su testimonio. Antes de la justicia, le llegó la muerte.
El 98% de los crímenes quedan sin castigo, según la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala. "Me quedé impactada cuando me dijeron que Mindy estaba muerta. Qué triste que aquí no se puedan aplicar las leyes como se debe aún cuando se tienen las pruebas y las agresiones físicas están a la vista", recordó Velásquez sin resistir el llanto. Norma Cruz, directora de la no gubernamental Fundación Sobrevivientes, dijo a IPS que "las mujeres deben denunciar cualquier agresión para que sea investigada". "Mientras el agresor permanezca en casa, las posibilidades de que las mujeres sean asesinadas aumentan", señaló esta activista, cuya fundación apoya a la familia de Rodas y a Velásquez.
El costo de denunciar al agresor es alto dado que "muchas deben abandonar su casa, amigos y familiares para evitar ser encontradas por sus parejas y, además, deben afrontar el daño psicológico post traumático", reconoció Cruz. Aprietos económicos, atención psicológica y disputas legales son parte de los desafíos que deben afrontar las víctimas, aunque "reciben el apoyo de familiares y amigos", agregó. Pero no toda la violencia es igual ni suele enfrentarse de la misma manera.
"Mi violencia no fue física sino psicológica. Fue algo muy sutil pero una piensa que es normal y lo hace todo por los hijos y por no querer cambiar", dijo a IPS Telma Sarceño, de 52 años. "Se normaliza el hecho que una mujer esté bajo el mando de alguien, de que tenés que hacer esto porque sos mujer, la que nació mujer así tiene que ser y tenemos que cambiar esos paradigmas", dijo.
Con ese propósito Sarceño y otras siete mujeres víctimas de la violencia de género montaron en 2010 la obra teatral "Las Poderosas", en la cual reviven sus historias para denunciar este problema. "Al principio sentí miedo por mostrar al público lo que yo había pasado. Pero conforme va pasando el tiempo es todo más gratificante. Sobre todo por el mensaje que llega para cambiar vidas", dijo Sarceño, consciente de que su caso no es el más atroz.
Fabiola Ortiz, directora de la gubernamental Coordinadora Nacional para la Prevención de la Violencia Intrafamiliar y Contra las Mujeres, dijo a IPS que "hace 10 años ni siquiera se creía que la violencia contra la mujer era un problema". Aunque se trata de algo "muy complejo relacionado con las relaciones desiguales de poder entre el hombre y la mujer", la funcionaria cree que ha habido avances. "Hoy hay credibilidad de la existencia del problema, contamos con una ley Contra el Femicidio, las instituciones están creando mecanismos para enfrentar el tema y las mujeres están denunciándolo más", detalló.
Ortiz explicó que su trabajo va más allá de coordinar políticas públicas para atender a las víctimas. Su institución promueve cambios en el imaginario social a través de campañas de información y educación. Pero reconoce que es una tarea cuyos resultados toman tiempo. Mientras, los medios de comunicación reportan un primer mes de 2011 donde los feminicidios siguen su inclemente ritmo, se ha registrado una violación diaria en algunos distritos y las víctimas y sus familiares se suman a la lista de quienes no encuentran justicia.
Genocidio con saña
Susana Chiarotti, abogada argentina que integra el Comité de Expertas de Seguimiento de la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, ha denunciado a IPS que en América Latina "estamos prácticamente ante un genocidio, y además oculto".
"Si se matase a la misma cantidad de personas por ser de una etnia o grupo especial, por ser negros, judíos o indígenas, la gente reaccionaría de otra manera. Pero son mujeres y la sensibilidad desgraciadamente decae", alegó.
Gladys Acosta, jefa para América Latina del Fondo de Naciones Unidas para la Mujer, planteó a IPS que la comunidad internacional "debe movilizarse ante el carácter de epidemia de los asesinatos en razón de género en Guatemala", que además, como ejemplifica el caso de Mindy Rojas, están marcados por el ensañamiento.
"Muertas con decenas de cuchilladas, víctimas con cuerpos desmembrados, es una saña atroz contra las mujeres", remarcó la especialista peruana.
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