Casi dos años después de estallar la crisis financiera más grande desde la gran depresión, los políticos en Washington están en la recta final para promover una reforma financiera, mientras una oligarquía bancaria intenta diluir lo más posible estas medidas, de manera que aún no es posible determinar si el triunfador de esta batalla será el interés público o los poderosos intereses de Wall Street.
El Senado empezó hoy sus maniobras legislativas para promover una legislación de reforma financiera, y aunque los republicanos lograron detener el comienzo del debate formal, sólo es un revés temporal para la prioridad del presidente Barack Obama y los líderes demócratas. El propio líder de la minoría republicana, Mitch McConnell, indicó que está seguro de que se aprobará una reforma después de más negociaciones.
Obama reprobó a los republicanos: algunos de estos senadores podrían creer que esta obstrucción es una buena estrategia política, y otros podrían ver la demora como una oportunidad de llevar este debate a puertas cerradas, donde los cabilderos de la industria financiera pueden diluirlo o matarlo, afirmó, con lo que mantuvo la presión política.
Todos los políticos en Washington entienden que necesitan demostrar que están haciendo algo, ya que existe enorme presión pública para imponer controles a Wall Street. Una encuesta delWashington Post/ABC News divulgada ayer reportó que casi dos tercios de los estadunidenses favorecen mayores controles gubernamentales sobre el sector financiero.
Además, la demanda por fraude de alto perfil contra la empresa financiera Goldman Sachs, la más poderosa del país, anima a los políticos a mostrar que adoptan medidas contra ese tipo de actividades ante un público disgustado con la avaricia de ese sector.
Por lo tanto, se espera que en los próximos días culmine la batalla por una reforma financiera, la cual buscará evitar que se repita la gran crisis que estalló en 2008 con la legislación actual. Con la reforma se incorporarán medidas para imponer controles sobre algunas interacciones financieras riesgosas, un proceso para liquidar de manera ordenada empresas grandes en crisis y una nueva agencia de monitoreo para los consumidores, entre otras cosas.
Pero los banqueros y sus aliados están confiados en que podrán continuar —incluso con una reforma— más o menos con el business mas usual. No por nada han contratado cientos de cabilderos que han trabajado intensamente durante meses para hacer todo lo posible a fin de descarrilar, o si no, por lo menos debilitar lo más posible las iniciativas de reforma. Algunos calculan que el sector financiero ha gastado hasta un millón de dólares diarios en este esfuerzo, además de contar con políticos que se beneficiaron durante años con la generosidad de las contribuciones de los banqueros a sus campañas electorales.
Lo que no cambiará
De hecho, la reforma no alcanzará cambiar lo que muchos dicen que es una de las causas fundamentales de la crisis: las empresas financieras demasiado grandes para fallar, o sea, las que operan sabiendo que por su tamaño es casi imposible que el gobierno permita su colapso por el impacto devastador que tendría en la economía.
Seis megaempresas financieras estadunidenses tienen bienes equivalentes a 60 por ciento del PIB, afirma Simon Johnson, ex economista en jefe del Fondo Monetario Internacional (en los noventa tenían menos de 20 por ciento como proporción del PIB). En entrevista con Bill Moyers en su programa en PBS, Johnson, ahora profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts, afirma que existe una oligarquía financiera compuesta por estas megaempresas. Los grandes bancos se volvieron más fuertes como resultado del rescate financiero. Parecería extraordinario, pero es verdad. Usan esa fuerza económica más grande para ejercer más poder político. Y usan ese poder político para correr los mismos riesgos que nos llevaron a este desastre en septiembre de 2008.
Los seis megabancos que identifica son Goldman Sachs, Morgan Stanley, JP Morgan Chase, Citigroup, Bank of America y Wells Fargo. Simon, junto con James Kwak, acaban de publicar un libro sobre este fenómeno, y argumenta que dos años después de la crisis el país continúa bajo el poder de una oligarquía que hoy día es más grande, más rica y más resistente a toda regulación. Johnson dice que usa el término oligarquía en su definición clásica de poder político derivado del poder económico, y advierte que es “desproporcionada, injusta, muy improductiva… es una oligarquía como las que vemos en otros países”, afirmó en su entrevista con Moyers.
El más poderoso de esta oligarquía, tanto en términos económicos como políticos, es Goldman Sachs, el cual está ahora inmiscuido en lo que podría ser un enorme escándalo, acusado de un fraude que ilustra perfectamente el juego financiero que tanta ira ha provocado en la opinión pública, donde Wall Street gana siempre, sin importar quién más gana o pierde.
Resulta que Goldman Sachs vendió un instrumento de inversión basado en hipotecas subprimas –las acusadas de llevar a la implosión financiera– a un grupo de clientes, mientras otra parte de la empresa apostaba a que estas mismas inversiones se desplomarían. Eso ocurrió y nutrió la crisis, pero la empresa aparentemente ganó millones más con estas apuestas de lo que perdió con esos instrumentos. Ese será el tema de una audiencia este martes ante el Senado, donde se presentarán los más importantes ejecutivos de la firma para explicar qué pasó.
Por otro lado, aun con las promesas de reforma, hay razones por las cuales el público no necesariamente confía en que el gobierno está dedicado a defender el interés público. Como reportó La Jornada hace un par de días, una investigación oficial reveló que decenas de los funcionarios de alto rango de la Comisión de Valores (SEC), la agencia federal encargada de supervisar y monitorear a Wall Street, pasaban hasta ocho horas al día viendo pornografía digital, mientras estallaba la peor crisis financiera desde la Gran Depresión.
Para millones de personas en Estados Unidos y el resto del mundo afectados por la crisis financiera y económica, Roma aún arde como resultado de la pornografía financiera producida conjuntamente por Wall Street y Washington.
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