Thomas Coutrot, economista francés y miembro de la Red de alerta sobre las desigualdades
Coutrot señala que el movimiento de los indignados es a la vez poderoso y peligroso para las elites, porque reposa sobre la ideología oficial de las elites. Y afirma que lo novedoso es la crítica radical a la representación política.
Por Eduardo Febbro
“El capitalismo parlamentario está en una fase terminal”, afirma el autor de Democracia contra capitalismo.
Desde París
Hace diez años, Bin Laden y su socio carnal, el ex presidente norteamericano George W. Bush, globalizaron el terrorismo de masa y la represión a escala mundial. El Plan Cóndor aplicado al universo. Exactamente una década después, el movimiento de los indignados globalizó la protesta social y el hartazgo ante un modelo de depredación social, de abuso y de consumo cuyo control está reservado a una elite violenta e impune. Las protestas que sacaron a la calle a decenas de miles de personas en el mundo vienen a darle cuerpo a una corriente moral y política cuyos precursores llevan años proponiendo modelos alternativos al sistema de destrucción neoliberal. Si Sthéphane Hessel y su libro Indígnense logró aunar a un planeta indignado, hay autores cuyos ensayos ya contenían muchas de las consignas que ahora se escuchan en las calles del mundo. El economista francés Thomas Coutrot es uno de ellos. En 2005 publicó un libro que está en el corazón de la crítica formulada por los indignados: Democracia contra capitalismo. En 2010 salió otra obra que representa muy bien la esencia de lo que los indignados reclaman en París, Londres, Nueva York, San Pablo, Tel Aviv o Berlín: Terrenos para un mundo posible: volver a darle raíces a la democracia. Economista y estadístico, vicepresidente de la ong Attac desde 2009, miembro de la Red de alerta sobre las desigualdades, Thomas Coutrot rescata un hecho central en la emergencia de esta revuelta globalizada: ante el agotamiento del modelo capitalista y neoliberal y el descrédito de los dirigentes políticos, los pueblos salen a la calle y encarnan así una suerte de retorno a la raíz de la democracia. Para Coutrot, la sublevación del mundo occidental no hubiese sido posible sin las revoluciones árabes que las precedieron.
–Para usted, el movimiento de los indignados significa un retorno a las fuentes de la democracia. Pero hasta ahora los responsables políticos del planeta hacen oídos sordos a los reclamos de este movimiento mundial.
–El retorno a las fuentes de la democracia significa la intervención del pueblo. Es entonces casi normal que los dirigentes políticos se hagan los sordos porque no están de acuerdo con ello. Consideran que son los representantes del pueblo y que, por consiguiente, les corresponde a ellos gestionar los asuntos del pueblo. De hecho, los dirigentes políticos no quieren ver que en el movimiento actual hay una crítica fundamental contra el sistema tal y como funciona hoy. Será necesario mucho tiempo y mucho trabajo para que la clase política acepte ver que su papel ha sido puesto en tela de juicio. Por eso, lo esencial de todo esto no está tanto en la crítica al sistema financiero. Esto no es nuevo. Lo novedoso está precisamente en la crítica radical de la representación política, ese grito mundial que dice “¡ustedes no nos representan!”. La gente está diciendo: no es porque votamos por ustedes que van a hacer lo que les da la gana entre dos elecciones en contra de nuestra opinión. Esa es la innovación fundamental. El reclamo de un retorno a las fuentes de la democracia, a la democracia real, es histórico.
–Muchos analistas critican a los indignados porque carecen de líderes visibles. Ese no es su análisis.
–No, desde luego. Hay que ver esto desde una perspectiva histórica. Estamos recién al comienzo de una crisis muy profunda, una crisis a la vez del sistema capitalista y, más fundamentalmente, del modo de civilización y del llamado capitalismo parlamentario. Este capitalismo parlamentario está en una fase terminal y el movimiento de los indignados, que tiene resonancia mundial, es uno de los primeros signos que la sociedad está emitiendo. Las sociedades humanas están trabajando, creando alternativas para un modelo democrático que está agotado. No se trata entonces de un movimiento coyuntural que se vaya a apagar así nomás, o que se calmará con la próxima reactivación económica. Hay que verlo en una perspectiva más amplia, es decir, cara a los próximos diez años.
–Esto equivale a decir que la reprobación actual va más allá del confort y de un hipotético crecimiento recuperado o de la recuperación de la actividad económica.
–Sí, desde luego. Vemos muy bien que lo que está en tela de juicio es mucho más fundamental que la dominación de la finanza y que la misma dominación de la clase política. Lo que está en tela de juicio es un modo de desarrollo basado en el enriquecimiento permanente y el crecimiento constante, independientemente de toda finalidad humana. Por eso creo que este movimiento, que explota en plena crisis del modelo democrático, está llamado a madurar en los próximos años.
–Lo que vemos hoy es, de hecho, la explosión de todo un conjunto de ideas e iniciativas que ya estaban postuladas desde hace tiempo, tanto en el tercer mundo como en los países emergentes, en las comunidades indígenas. Esos discursos penetraron las democracias occidentales.
–Sí, es cierto. En el seno del movimiento alter mundialista ya se veía la emergencia de estos componentes así como la crítica radical del modelo de desarrollo, no sólo capitalista sino también occidental. Este modelo se caracteriza por estar basado únicamente en el bienestar material, independientemente de los valores y de la solidaridad. Hoy, ese movimiento ha logrado desarrollar sus críticas en el mismo corazón de Europa.
–¿Acaso el sistema capitalista no llegó ya al final de su propia barbarie social?
–No creo que haya llegado al final, pienso que aún tenemos para un rato y que todavía veremos desarrollos terribles. La crisis económica y social no se acabó. Aún no llegamos al final de la barbarie social. Me temo que lo que viene será muy feo con, por ejemplo, el desencadenamiento de los nacionalismos y el desgarramiento entre las naciones. Ya vemos hoy el ascenso de las tensiones dentro de la misma Europa, entre Estados Unidos y Europa, entre la China y Estados Unidos. Las rivalidades se afilan. Las elites intentarán prolongar su dominación, buscarán legitimarla recurriendo como siempre a un enemigo exterior, al nacionalismo. Sin embargo, la emergencia de un movimiento mundial como el de los indignados es un signo de que lo peor no es una garantía. La acción de la sociedad civil puede ser un muro de contención. Estamos en una carrera mundial entre soluciones autoritarias, que implican la xenofobia y el repliegue sobre sí mismo, y, del otro lado, la afirmación de una sociedad civil internacional en torno a los valores de la democracia. Lo curioso es que estos valores son los valores oficiales de las elites. De allí el hecho de que el movimiento de los indignados sea a la vez poderoso y peligroso para las elites, porque reposa sobre la ideología oficial de las elites. Pero esas elites se han vuelto incapaces de preservar esos valores.
–Es una paradoja: se hace una suerte de Revolución en nombre de los valores de la elite dominante.
–Sí, esa es la gran paradoja de esta crisis y de este movimiento, que defiende los valores supremos de la sociedad. Las elites que se proclaman democráticas están renunciando a la democracia para preservar su dominación.
–Muchos indignados reconocen la influencia determinante que tuvieron las revoluciones árabes en la posterior revuelta occidental.
–Las revoluciones árabes fueron una chispa fundamental porque demostraron que, incluso las situaciones más bloqueadas, que incluso los regímenes menos democráticos en donde las elites lo tenían todo controlado, podían desembocar en una situación revolucionaria increíble e inesperada. Las revueltas árabes aportaron un aliento de esperanza, un impulso, una dinámica. El mundo se dio cuenta de que las elites dominaban porque nosotros permitíamos que dominen. Hacen lo que quieren porque nosotros las dejamos hacer y, además, a menudo votamos para que lo hagan. Las revoluciones árabes fueron un mensaje de esperanza y un llamado a la sublevación de los pueblos. Hoy, la gente ha renunciado a resignarse.
–Otra paradoja radica en el hecho de que Francia, el país de la Revolución por antonomasia, el país de donde es oriundo el autor del libro a través del cual se plasmó el movimiento –Indígnense, de Stéphane Hessel– sea en la actualidad el más pasivo, el menos movilizado.
–Se trata de una auténtica paradoja. Hay varias razones para explicar esto. Tal vez la primera sea el fracaso del movimiento social contra la reforma del sistema de jubilaciones impulsado por el presidente Nicolas Sarkozy. Fue un movimiento muy profundo y mayoritario en la sociedad, que no logró que el gobierno retrocediera con su reforma. Eso ha pesado mucho en la disponibilidad mental de los ciudadanos para emprender otra acción colectiva. También tenemos la campaña electoral en curso, que polariza mucho los debates y lleva a que mucha gente se diga: vamos a sacarnos de encima a Sarkozy y después ya veremos. El último elemento es el hecho de que Francia no conoce por el momento una ola de austeridad tan brutal como Grecia, España o Portugal. Las políticas de austeridad en Francia están muy por debajo de las aplicadas en otros países, incluso Gran Bretaña o los Estados Unidos. Estos factores explican por qué, por el momento, la población no se siente tan agredida como en otros países.
–Sorprendió el surgimiento de un movimiento social en la cuna del liberalismo: Estados Unidos.
–La crisis social es la consecuencia del ultraliberalismo más dogmático, pero fueron los ultraliberales quienes cristalizaron un movimiento de masa como el Tea Party. Ahora bien, el despertar del movimiento de los indignados en los Estados Unidos muestra que la sociedad civil democrática empieza a organizarse, a actuar, a plasmarse en un movimiento de masa y popular.
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